Escribe María Negroni en «El arte del error» que «traducir es, ante todo, leer». Esta experiencia y pulsión verbal es analizada en siete verbos; me voy a centrar en dos: exiliarse y trasladar. El mismo título, «Ramona, adiós» de Montserrat Roig, una misma triple historia con dos traducciones del original catalán, «Ramona, adéu», dialogan y cruzan la mirada del lenguaje en los matices de una lengua viva y actualizada. Dos traducciones con cuatro décadas de distancia que generan nuevos ángulos y tensiones.
El exilio de la lengua en una traducción se explica en el hecho de «tomar conciencia de la incomodidad en la propia lengua: la traducción es siempre una indagación atenta y uno de los modos de mostrar el carácter provisorio del lenguaje». Y enfatiza Negroni, «recordar que toda la tensión, siempre, está en las palabras. La calidad de la lectura está en juego. Al apostar a favor de la otredad salimos del ensimismamiento, de la autosuficiencia cultural. El cambio nos cambia».
Respecto al traslado, dice Negroni, «es cierto, en el camino de un sitio a otro, algo se pierde, pero ¿acaso no se pierde siempre?».
Antes de conocer a Jordi se consumía por acabar con su virginidad. Era una molestia que la incomodaba. En el patio de la universidad se hablaba del asunto todo el santo día —pese a que aún nadie vivía bajo el influjo del mayo francés— y a las que lo habían logrado les gustaba proclamar a los cuatro vientos su superioridad. Se acobardaba de tener que confesar que nunca había gozado de ningún contacto, de los que penetran, dentro de su cuerpo.
(Ramona, adiós de Montserrat Roig. Traducción del original catalán de Joaquim Sempere, Editorial Argos Vergara, Barcelona 1980, p. 36).
Antes de conocer a Jordi se consumía por acabar con su virginidad. Era un estorbo que la enojaba. En el patio de la universidad se hablaba de eso todo el santo día, y eso que aún nadie vivía bajo la influencia del mayo francés. Y a quienes lo habían conseguido les gustaba proclamar a los cuatro vientos su superioridad. La acobardaba tener que confesar que nunca había disfrutado de ningún contacto, de esos que penetran, dentro de su cuerpo.
(Ramona, adiós de Montserrat Roig. Traducción del original catalán de Gemma Deza Guil, Editorial Consonni, Bilbao 2023, p. 48).