Domingo de agosto. Ocho de la tarde. Estaba yo en la playa de Langre en Cantabria después de haber caminado unos kilometros y trepado peligrosamente por un farallón nivel vértigo después de haberme bañado en una de esas pozas que se forman con la marea llamándose aún bajamar, cuando recibí la llamada de Curro, amigo y editor de Las Afueras. Es aquí donde se fragua en mi cerebro el pantone de verdes cantábricos y la idea de colaborar con este bellísimo e inquietante libro de inmejorable título, «El trabajo de los ojos» de Mercedes Halfon, un libro fragmentario, delicado e inclasificable sobre la mirada. Desde la revelación, la autora examina su propia mirada, como en una oftalmología de la conciencia, en una delicada autobiografía ocular. De modo silencioso se crea una cuerda de funambulista que es un puente, y se descubre esa fuerza de tensión que es el trabajo de los ojos, de la autora y el editor, entre el personaje femenino que intenta bailar entre los hilos, hasta ver cómo surge ese diálogo entre la memoria y la reivindicación, entre la mirada y la literatura.
No puedo decir lo feliz que me hace que este «tender la mirada» aporte algo a este libro, a este título y a esta maravillosa editorial.

«Pero el enfoque es el que nos elige a nosotros. Lo que hacemos, lo que nos gusta, las personas a las que vamos a amar son el resultado de nuestra única posible forma de enfocar» (Mercedes Halfon en El trabajo de los ojos).

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El trabajo de los ojos

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