Del rojo al rojísimo todo el rosa muere.
Esta es la escala de dieciséis tipos de rubor del «ruberómetro», el artilugio ideal, imprescindible e inútil, que mide el rubor de labios, mejillas, frutos maduros y flores. También mide el rubor de la vergüenza y el rubor
del post hecho sexual.
El «ruberómetro» mide la distancia de lo que genera ese rubor en el cuerpo, lo que en astronomía se llama acercamiento hacia el rojo o redshift. Mide además el desplazamiento a lo rojo, método que incluye la dispersión por efectos ópticos e, incluso,
hasta de pensamiento.

La inspiración ha sido el «cianómetro», un artefacto que está en desuso y que inventó el meteorólogo suizo Horace-Bénédict de Saussure (1740-1799) para medir la intensidad del azul del cielo, para poder detectar y catalogar el blueness, la azulidad. Maravillada con este artefacto, en marzo de 2020, pensé que construiría mi «ruberómetro», el artilugio definitivo para medir el rubor, lo redness, la rojura. Al fin y al cabo, un soñador tiene que soñar
como sueñan los árboles:
con frutos ruborizados, finalmente.

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El ruberómetro

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