Pienso en las relaciones en cuarentena y me viene Ersilia, esa ciudad invisible de Calvino. En mi afán de querer analizar con el bordado un capítulo entre Ada y Van, los personajes de «Ada o el ardor» de Nabokov, he constelado un mapa de lectura con cierta simetría que recuerda a los fractales y husos de la mente y a los nudos de las relaciones. Ada antes de partir le pregunta a Van, «Cuándo, amor mío? ¿Cuándo será la próxima vez? ¿Dónde? ¿Cuándo?» y Van que no es tonto le dice: «Ese no es el problema. El problema, el problema es saber si me serás fiel». Y aquí es donde se enmarañan los hilos, donde se crean triángulos dentro de otros triángulos, se unen conceptos encerrados en lápiz, y salen vectores de colores que siguen enmarañando el espacio de la relación, como en Ersilia: «En Ersilia, para establecer las relaciones que rigen la vida de la ciudad, los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas. Cuando los hilos son tantos que ya no se puede pasar entre medio, los habitantes se van: se desmontan las casas; quedan sólo los hilos y los soportes de los hilos. Desde la ladera de un monte, acampados con sus trastos, los prófugos de Ersilia miran la maraña de los hilos tendidos y los palos que se levantan en la llanura. Y aquello es todavía la ciudad de Ersilia, y ellos no son nada. Vuelven a edificar Ersilia en otra parte». Me pregunto qué somos sin nuestros hilos. Me pregunto si buscamos una forma de telaraña o si somos capaces de vivir desmadejados. También me pregunto si es Ada un puente roto.

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Tensar el texto: Ada o el ardor

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