El «constelómetro» es un artilugio ideal, imprescindible e inútil. ¿Se puede medir el calado de un poema? Quizá sea una tarea absurda, pero produce un goce estético encerrar en círculos restos de palabras de los versos favoritos para bosquejar una ecuación e intentar despejarla. Con aguja e hilo, en cada poema, se pueden constelar esas palabras clave. Se unen así reflejos que dibujan mapas geométricos con formas de triángulos, rombos o diamantes deformes. Las lianas son la evidencia de la voluntad de tensar el texto. «No entre aquí quien sea ignorante en geometría», reza la inscripción sobre la puerta de entrada a la Academia platónica. Para poder identificar las constelaciones del poema es necesario identificar las palabras clave que resuenan y dibujan formas geométricas, figuras de transformación.

Decía en un verso Berta García Faet que «toda educación sentimental es básicamente lingüística». He repasado algunos poemas que me han ayudado a despejar ecuaciones emocionales, poemas de Anne Carson, Alejandra Pizarnik, Roberto Juarroz, Mariano Peyrou, Chantal Maillard, Eduardo Moga, Idea Vilariño e Inger Christensen. Las constelaciones dibujan trazos emocionales que crean siluetas geométricas como puntos en el universo. Sirven para orientar al lector, al explorador perdido.

En la astronomía inca existían dos tipos de constelaciones: las brillantes y las oscuras. El «constelómetro» mide a través de la poesía, de un modo abierto y desde una lectura emocional del poema, la capacidad de la palabra para abordar la imposibilidad del amor. A veces la aproximación que inspira el poema es luminosa y otras apocalíptica.

En la rueda del «constelómetro» el número 7 corresponde a Alejandra Pizarnik. Estos dos pequeños triángulos que se tocan en Pizarnik se vuelven dos triángulos díscolos que se interseccionan en el poema de Anne Carson (número 2), mientras que en el de Inger Christensen (número 6) los triángulos nunca se cierran. Roberto Juarroz (número 5) es más de rombos superpuestos, mientras que Chantal Maillard (número 4) hace una verdadera maraña de diamante medular. Eduardo Moga (número 8) dibuja figuras paralelas, Idea Vilariño (número 3) suelta lianas para sujetarte, y Mariano Peyrou (número 1) despliega un trapecio hecho de triángulos compactados para que puedas saltar al vacío.

No encuentro mejor modo de leer por enésima vez estos poemas.

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El constelómetro

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