¿Qué sucede cuando al leer se marcan las páginas de un libro?
¿Y qué ocurre si se marcan todas
y cada una de las páginas?
Hay quien subraya con lápiz o con bolígrafo, hay quien dibuja un símbolo personal o escribe un comentario en los márgenes, y hay quien dobla la esquina de la página, de modo que el uso del libro recuerda a la oreja de un perro que ha estado revolcándose en la tierra, la esquina queda sucia y ajada, quizá porque el acto de lectura implica una carrera que se aleja de la lectura tersa, sin mancha. Leer así pide un verbo: «dog-ear». El libro que ha sido «dog-eared» presenta ese cierto desaliño del asombro de quien lee.
Con esta serie de orejas se manifiesta la estructura visual del rastro lector, del lector que es capaz de ensuciar, de llenar de color y nuevas formas, la expresión que puede verse de una lectura que ha dejado marca, la cristalización del acto de leer en el contexto del libro como objeto, cargado de pliegues que engordan el cuerpo del texto y lo transforma de modo radical después de la interacción con el lector.